El siglo XX está plagado de artistas malditos: seres errabundos y a menudo demasiado frágiles y sensibles como para soportar las crisis creativas o los revoltijos mentales que los persiguen. Y dentro de esa aura encuentran en la muerte su propio alivio. Una de las voces más potentes del crepúsculo del Siglo XX es la fotógrafa Francesca Woodman, norteamericana que un 21 de septiembre decidió saltar desde la ventana de su apartamento en Manhattan para ponerle fin a una prolífica carrera artística con apenas 22 años.
Es difícil encontrar los porqués de su decisión: la crisis creativa, los desamores, la depresión y hasta las drogas parecen ser respuestas facilones y simplistas. Lo cierto es que su legado ha ido ganando relevancia conforme pasa el tiempo. Dicen sus biógrafos y estudiosos de su obra que hay un mundo qué descubrir en cada foto que Francesca tomó. Lo cierto es que su arte va de lo surreal al intismismo más fantasmagórico: pionera discursiva de la viralizada “Selfie”, la obra de Woodman gravita en lo fantasmal, en la tenue ocupación de espacios, en su cuerpo-a veces desnudo, a veces amedrentado- en un plano que contrasta con el fondo: cuartos despojados y decadentes que a veces parecen sacados de un cuento de hadas siniestro. Es en esa melancolía donde reside la genialidad de la chica que murió a los 22 años.
Nacida y educada en una familia netamente bohemia (su padre fotógrafo y su madre escultora), Francesca pasó parte de su adolescencia en la Toscana, uno de los lugares preferidos por la bohemiada norteamericana. Ahí empezó a desarrollar su prolífica obra: fotos tomados con una cámara Yamika. Dentro de la vertebración discursiva de su obra se puede encontrar el erotismo como un hilo conductor, pese a que sea un erotismo alejado de la estridencia de la lujuria y se enfoque más en cierta ansiedad existencial y búsqueda de una certidumbre que parece más esquiva y traslúcida según corra el tiempo.
En el documental “Los Woodmans” donde se narra la vida de su familia y los procesos de duelo al que se vieron sometidos después del suicidio de Francesca, también se ve cómo sus fotografías son una reivindicación del movimiento feminista de la época y un canto al “Do it Yourself” hoy imperante.
Con el aura de artista maldita que le rodea, Francesca ha dejado un legado de mil 200 fotos que se han expuesto en los museos más reconocidos del mundo. Siempre en un punto de fuga, casi por desaparecer.
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