La narcocultura presente en todos lados
Somos un país donde el narcotráfico está presente en todos lados. Los tentáculos de esta industria ilegal y que está enquistada en el inconsciente colectivo del mexicano se ha ido apoderando de todas las esferas sociales a tal punto que en lo cultural ya tiene un nicho propio dentro de los productos de consumo cultural y que se suma a las dinámicas sociales donde el narco se ve como un modelo aspiracional.
De una u otra forma todos hemos sido testigos de los elementos identitarios del narcotráfico en la vida diaria: desde ver en la calle pick-ups gigantescas con narco-corridos sonando a todo volumen, o ver o incluso vestirse con ropa de la famosa cultura buchona; hasta hablar con jóvenes que tengan como modelo de vida la máxima del narcotraficante, la cultura se ha convertido en un vehículo y una forma de transmitir los valores de identidad de los que se dedican a esta actividad.
Es tal su influencia que ya se ha salido de sus propias fronteras de impacto directo: los pueblos donde se siembra la amapola y la mariguana, los pueblos olvidados por el gobierno donde el narco ocupa ese espacio para satisfacer las necesidades básicas y han llegado con altavoces a los medios de comunicación y entretenimiento masivos como una forma rentable de consumo cultural de otros públicos, históricamente ajenos a la estética y lineamientos de identidad del narcotráfico.
Univisión, Telemundo, Netflix y otras cadenas y plataformas de contenidos audiovisuales se han subido al tren de popularidad de este movimiento y han sacado sus novelas, series y re-interpretaciones del fenómeno. El resultado no se sabe a ciencia cierta, la única certidumbre es la reproducción, cada vez más popular, de estas formas de vida en el día a día.
El señor de los cielos,Narcos, Pablo Escobar, son series de televisión que más allá de su calidad (un tema subjetivo) han caído en una curiosa romantización de una problemática social que no es ninguna broma.
En El señor de los cielos, directamente, se idealiza y se construye un discurso que romantiza al narcotráfico: maquillan la brutalidad e inhumanidad de los narcotraficantes y lo convierten en antihéroes estéticamente bellos (sólo falta ver la elección de los artistas), con códigos familiares y sin hacer mención de las consecuencias de lo que supone el tráfico de drogas.
En las series de Netflix como Pablo Escobaro Narcos, las herramientas son mucho más cinematográficos y sin tantos reduccionismos siguen cayendo en el mismo error: los protagonistas se perpetúan en el papel de antihéroes: personajes rotos o quebrados con los que se tiene una empatía pero sin mayor dilema ético y social.
Explicado los métodos que usan para capitalizar el fenómeno del narcotráfico queda la pregunta: ¿qué hacer para evitar reproducir esos modelos?
1.De nada sirve prohibir.
Al ser productos “culturales” y de entretenimiento, censurarlos no es una opción porque es un atentado a la libertad de expresión, lo que sí se puede hacer es evitar consumirlos como si fueran una obligación o dejar de lado la presión por moda.
2.Evitar normalizar la violencia.
Los productos de la narcocultura tienen como común denominador la violencia. Muestran escenas, se cantan escenas con pistolas o enfrentamientos armados. Si perdemos nuestra capacidad de horrorizarnos por esos hechos, somos parte del problema.
3. Buscar un contrapeso.
Ya hablamos de cómo se romantiza el narcotráfico en esos productos culturales. Para equilibrar ese consumo, bien podríamos leer ensayos, crónicas y trabajos periodísticas que explican el fenómeno para tener en cuenta toda la fotografía de la barbarie. Hay mucha literatura sobre el tema que describe y expone el cáncer social que es.